A quienes nos ha tocado servir a través del acto sanador nos corresponde, y es una obligación, el cultivar el espiritu. No podemos contar solo con la técnica y el conocimiento exclusivo del arte que desarrollemos, el sanador ante todo debe ser un artista en la vida, contemplador permanente de la belleza en la cual esta inmersa la creación y participar de ella, no solo como expectador.
Debe saberse expresión del Cielo y la Tierra que le mantiene y hacerse digno para que a través suyo estas fuerzas actuen. Abrirse a la escucha de la voz de la naturaleza, entender su lenguaje, evocar y convocar su generosidad, ya que la creación es una expresión constante de servicio incondicional, como lo es el amor.
Debe aprender a sentirse amado por todo lo que le rodea, aunque esto se nos haga difícil de comprender en el tiempo que vivimos, no necesitamos realmente que algo o alguien nos de constancia de ese amor, no es necesario; en el fondo sabemos de su misericordia sino no estariamos participando como protagonistas en la trama de la existencia.
Ya el hecho de estar vivos y poder contarlo es suficiente.
Saber también del dolor y del sufrimiento que da una imágen falsa de la realidad y aprender a ver mas alla de ellos. Aprender también a mirarse a sí mismos sin concesiones, porque de esta manera no solo sabremos algo mas de nosotros sino de también de los demás, ya que llevamos dentro de cada uno la historia misma de la humanidad.
Y sobre todo cultivar el sentido del humor, y rescatarlo con urgencia si lo hemos perdido, de ello depende de que podamos escuchar algun día la eterna carcajada de la creación.
